jueves, 12 de enero de 2012

¿Por qué mentimos?


Vicente Carbona

El ser humano es el único animal capaz de engañarse a sí mismo. En los animales, el engaño suele estar asociado a un mecanismo genético de selección natural, en el sentido de que los más propensos a engañar a sus víctimas y/o a sus depredadores, o simplemente a sus competidores, tienen más chance de sobrevivir. ¿Por qué el ser humano se autoengaña?

Un ejemplo de este mecanismo de autoengaño, o de elaboración de “engaño creativo”, se evidencia en encuestas en las que se pregunta a los participantes el número de relaciones sexuales que han tenido en su vida. Normalmente, los hombres tienden a inflar la realidad, de dos a cuatro veces más que las mujeres. Esto ya no es cuestión de autodefensa, o de supervivencia… ¿o sí?

En una reciente encuesta de la Universidad de Michigan, dirigida por el psicólogo Norman R. Brown, midiendo las respuestas de 2.065 personas sexualmente activas rondando los 40 años de edad, las mujeres declararon unas 8,6 parejas sexuales. La cifra para los hombres fue de 31,9. Obviamente, alguien está siendo muy creativo. Luego, al discutir sus respuestas, casi el 10 por ciento admitió que no había sido honesto del todo. Aquí, según ciertos expertos, hay que agregar el fenómeno de los que “mienten acerca de sus mentiras”.

Muchos investigadores consideran que éste fenómeno está ligado a la autoestima. Cuando las personas sienten amenazada su autoestima, tienden a recurrir a la mentira, y los extrovertidos mienten más que los introvertidos, según diversos estudios. En términos de género, aunque hombres y mujeres mienten en proporciones similares, la investigación existente demuestra que los hombres lo hacen más para dar una mejor impresión de sí mismos (“Estoy hecho un toro”), mientras que las mujeres tienden a mentir para hacer a la otra persona sentirse mejor (“El tamaño no importa”).

Mentiras piadosas

Mentimos por diversos motivos, y no todas las mentiras son deliberadamente dañinas. La “mentira piadosa”, la que se dice con intención de no causar pena, o de paliarla, es un buen ejemplo. Según el Prof. Dr. Roberto M. Cataldi Amatriain de la Revista Argentina de Clínica Mé-dica, “La ‘mentira piadosa’ constituye una excepción a la regla (la ética médica), sólo justificada por el respeto a la persona y ante la situación concreta de que el mal que se produciría al decirle la verdad sería de tal envergadura que no nos queda otro camino que apelar a la excepción de la regla”.

A veces mentimos para proteger nuestra intimidad o la de otras personas, para resolver situaciones incómodas utilizando el “tacto”, o simplemente para quedar bien. No obstante, para los puristas, una mentira es una mentira. Como cantó el famoso chileno Buddy Richard en Mentira:

Mentira, lo nuestro siempre fue una mentira/una piadosa, pero cruel mentira/esas palabras bellas que se dicen/nos dejan en el fondo cicatrices…

Muchos piensan que toda mentira, sea de omisión o de comisión, acaba siendo dañina, tanto para el que la dice como para el que la recibe, pues corroe la fidelidad, la confianza, la intimidad entre dos personas, y por extensión debilita los cimientos de la convivencia social. En este último escenario podemos incluir las incontables mentiras piadosas (y otras claramente impías) de los políticos, los periodistas, los comerciantes, los abogados, los religiosos y todos de cuya decencia y verosimilitud depende la ciudadanía en cualquier sociedad libre y democrática. Las encuestas invariablemente demuestran que ésta es la percepción que tiene la gente.

En una encuesta reciente entre jóvenes universitarios españoles elaborada por la Fundación BBVA, la iglesia, los medios de comunicación, el gobierno español, los ejecutivos autonómicos y las empresas multinacionales inspiran muy poca confianza.

¿Quién tiene la culpa?

Siempre que se estudia el comportamiento humano, la división de opiniones sobre cuál es el origen de cualquier comportamiento negativo se encuentra entre causas naturales (o biogenéticas) y causas sociales (o culturales). También está la versión holística, la que alega que “el todo es más que el conjunto de sus partes” pero por ahí no iremos de momento.

Según Derek Wood, Director de Contenido Clínico de Get Mental Help, Inc (Washington, USA), las personas mienten principalmente debido al miedo. Buscan evitar un castigo porque sospechan que han hecho algo malo, y esto se puede convertir en un problema psicológico cuando el miedo es irracional y la mentira se convierte en algo compulsivo. Esto puede definirse como Trastorno de Personalidad Antisocial. En estos casos, según Wood, las personas mienten para obtener lo que desean, normalmente dinero, sexo o poder.

El problema de este escenario es que puede ser extrapolable a la mayoría de personas, lo que nos indicaría que vivimos en un mundo lleno de trastornados psíquicos. Como hemos visto antes, si la gente percibe que los políticos, abogados, periodistas, comerciantes, religiosos, ladrones, adúlteros, y otros más que caben en esta lista son mentirosos compulsivos, muy pocos nos salvamos.

Y por el lado biogenético, algunos alegarían que las personas estamos irremediablemente programadas para reaccionar de maneras predecibles debido a las instrucciones que recibimos de nuestro código genético, lo que hace que algunos sean más competitivos, más temerosos, más compulsivos. O más mentirosos.

Otra manera de verlo es como un fenómeno que combina causas socioculturales y biogenéticas, en el que el problema es atribuible tanto a los mecanismos socialmente viables como a la predisposición biológica. Tiene que ver con la permisividad social y el potencial de autocontrol que somos capaces de ejercer sobre nuestras propias acciones. En gran medida, y salvo situaciones de trastorno psicológico extremo, nosotros somos los responsables.

Teoría de la mente

La relación causal entre la mente y la mentira no es casual. Las mentiras son memes replicantes. Las mentes de las personas están íntimamente enlazadas debido a la interacción de conceptos e instrucciones conductuales que pasan de un cerebro a otro por imitación (memes). Esta relación causal se debe a las neuronas especulares (o neuronas espejo), que reflejan la “realidad” de una mente a otra.

“Las neuronas especulares sugieren que pretendemos estar en los zapatos mentales de la otra persona”, sugiere Marco Iacobini, neurocientífico en la Universidad de California, Escuela de Medicina de Los Ángeles. “De hecho, con neuronas especulares no tenemos necesidad de pretender, prácticamente estamos en la mente de la otra persona”.

Desde el descubrimiento de las neuronas especulares, se ha comprobado que sus propiedades están implicadas en una amplia gama de fenómenos. Por ejemplo, estas neuronas ayudan a los científicos cognitivos a explicar cómo los niños desarrollan su particular “teoría de la mente” (ToM), que es simplemente el reconocimiento de que los demás tienen mentes similares a las suyas.

Las teorías más populares sobre el desarrollo de la ToM son la “teoría de las teorías” (algo como el meme del meme), y la “teoría de la simulación”. La primera sugiere que los niños acumulan pruebas, en forma de expresiones y gestos, y usan su entendimiento cotidiano de las demás personas para desarrollar teorías que explican y predicen su estado mental.

La teoría de la simulación alega que tenemos la capacidad de leer las mentes de los demás, ni más ni menos. Nos ponemos en la mente del otro y usamos nuestra propia mente como un modelo para explicar la suya. Y a veces para engañarla.

Vittorio Gallese, neurocientífico en la Universidad de Parma, miembro del equipo que descubrió las neuronas especulares, piensa que cuando interactuamos con otra persona, no sólo observamos su comportamiento, también creamos representaciones internas de sus acciones, de sus sensaciones y de sus emociones, como si fuésemos nosotros los que nos movemos, sentimos y emocionamos.

“Compartimos con los demás no sólo la manera en que actúan normalmente o experimentan emociones subjetivamente, sino también los circuitos neurales que permiten esas acciones, sensaciones y emociones: los sistemas neuronales especulares”, explica Gallese en LiveScience.

Viva la mentira

¿Por qué mentimos? Como hemos visto, existen muchas posibles explicaciones, todas válidas en cierto grado. Atribuir valores morales a la mentira es un ejercicio fútil porque se está juzgando el síntoma y no la enfermedad. En este caso, la enfermedad sería el resultado de la mentira, es decir, sus implicaciones.

Todos mentimos. Algunos más que otros. Hay quien miente porque es un manipulador social y lo hace para herir, abusar de la gente y aprovecharse de los demás. Otros mienten para sentirse mejor, para halagar a los demás, para lograr algo útil o válido sin herir a nadie. En este caso, al final, el mentir puede ser hasta un arte.

“Ningún hecho está más firmemente establecido que el que demuestra que el mentir es una necesidad de nuestras circunstancias. La deducción de que en este caso es una Virtud es evidente. Ninguna Virtud puede alcanzar su utilidad más sublime sin cultivación cuidadosa y diligente. Consecuentemente, no hace falta declarar que ésta debería ser enseñada en las escuelas públicas, hasta en los periódicos. ¿Qué chance tiene el mentiroso ignorante e inculto ante un experto educado? ¿Qué chance tengo yo ante el señor Mar… ante un abogado? La mentira ‘juiciosa’ es lo que el mundo necesita. A veces pienso que sería aún mejor y más seguro no mentir nunca antes que mentir sin juicio. Una mentira torpe, no-científica suele ser tan poco eficaz como la verdad”.

Mark Twain tenía una manera muy peculiar de ver y explicar el mundo. Para él, más que la verdad, lo que importa es la dignidad, la diligencia, la razón. Ante la razón, cualquier valoración moral es espúrea.

“Por el mar corren las liebres…

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